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Bienvenidas mujeres de todo el mundo…!

Dios se había olvidado de mí y ¡yo me iba a olvidar de ÉL!

Cuando ya no puedes más…

¿A dónde vas cuando ya no puedes más? Cuando es tan fuerte el dolor y las pastillas no llegan a
ese punto. Cuando el abandono se convirtió en tu nuevo inquilino. Cuando el dolor es algo más
que imposible. Cuando estás en ese punto que, o termina todo o lo terminas tú.
Yo estuve ahí en ese punto, más de una vez y me encontré más sola que nunca, estando rodeada
de mucha gente. Pero que no comprendían todo ese dolor que estaba sintiendo, la amargura que
vivía día a día. Yo pensaba que se me notaba, que caminaba diferente o tal vez en mi cara lo
reflejaba, pero nadie lo notaba. Entonces pensé “debo de pasar esto sola”, en ese momento en mi
corazón no había nada más que dolor, tristeza y desconsuelo.
Mi mamá mi mejor amiga, enfermó muy gravemente y tuvimos que operarla de emergencia para
poder salvarle la vida. Si vivió, y cualquiera diría entonces, la operación fue un éxito. Pero no fue
nada más lejos que exitosa. Por una mala práctica ella perdió la memoria y tuvo una regresión a
sus 5 años aproximadamente.


Nunca más me volvió a reconocer, nunca más fui su hija, aunque ella seguía siendo mi mamá. La
relación con mi papá jamás fue buena, él había muerto ya muchos años atrás. No recibí ninguna
muestra de cariño o interés tan siquiera de su parte, entonces lo único que tenía era a mi mamá.
En ese entonces, mi relación con mis dos hermanos tampoco era buena, cada uno vivía su vida
como completos extraños. La relación con mi esposo pendía de un hilo (y uno muy frágil). Solo
tenía a mis 2 hijos muy pequeños y a mi mamá postrada en una cama.
Y ahí estaba yo esa noche después de la operación, en un cuarto oscuro de hospital frente a mi
madre, mi mejor amiga, el ser que me enseñó lo que es el verdadero amor, sin tener la más
remota idea de quién era yo. Cuando despertó yo le sonreí y le dije “mamá bienvenida” y ella solo
me dijo “¿Quién es usted señorita?” No puedo ni poner en palabras el dolor de mi corazón, mi
mente quedó en negro, al igual que mis ojos, mi mundo se vino abajo.
Y así fueron los siguientes cuatro años de su vida y la mía, enseñándole a comer, tomar el tenedor,
peinándola, arreglándola, curándole las llagas que se le hacían en su cuerpo por estar en cama la
mayor parte de su día. Cambiando su pañal y llevándola de emergencia al hospital por alguna
crisis y ella, llamándome “Señorita”.
A los 6 meses exactos de que mi mamá muere un 5 de diciembre, el 01 de junio del siguiente año a
mi hermano mayor le da un infarto en el que pierde en ese entonces el 50% de su corazón y le dan
solo un 10% de probabilidades de vida. Mi hermano mayor a punto de morir también, cuando solo
llevaba 6 meses de haber enterrado a mi madre. Para la Gloria de Dios hoy mi hermano aún está vivo, pero estuvo en “coma inducido” 1 mes y ha tenido 2 operaciones más después de ese
evento.

Pensé “ya no puede pasar nada más, hemos sufrido lo suficiente en esta familia”, un año más
tarde, exactamente en el mes de junio recibo una llamada diciéndome que mi sobrino el hijo
mayor de mi hermano había tenido un accidente de carro y que estaba muy mal, 17 años, en el
último año de colegio. Esa noche lo operaron, por un golpe muy fuerte sufrió fracturas en el
cráneo y al día siguiente en la tarde nos dice el Dr. que nos despidiéramos de él porque no lo iba a
lograr.
Ahí en ese momento “No pude más”, mi vida cambió radicalmente, mi comportamiento, mis
erróneas decisiones; me enojé tanto con Dios que no quería saber nada de él, ni de nadie del cielo.
Definitivamente Dios se había olvidado de nosotros, de mí y yo lo iba a hacer de Él. En alguna
parte de la biblia dice que “lejos de Él no somos nada” y ahí lo empecé a comprobar de primera
mano. Mi vida empezó a venirse en picada.
Me enfermé del corazón, me dio Taquicardia, creo que no aguanté tanto dolor. Empecé a sufrir
“Ataques de pánico” y fui medicada para la ansiedad y los ataques. Gracias a esa medicina y mi
vulnerabilidad, más la inestabilidad emocional, me volví farmacodependiente. Al fin llegó ese día,
el día de “YA NO PUEDO MÁS” y pensé “hoy me quito la vida”, lo planee y justo unos minutos
antes de lanzarme con el carro a un barranco, se me vienen las caras de mis 2 hijos a la memoria.
Mucha gente dirá pero qué egoísta, como pudo pensar eso, todo tiene solución en esta vida,
hubiera buscado ayuda, hay grupos especiales… Si, hay tantas cosas que hubiera podido hacer,
pero en ese momento yo estaba mal, estaba alejada de Dios. No me era posible pensar con
claridad, no sabía cómo calmar tanto dolor, los que estaban cerca de mí estaban sufriendo en su
medida también. Y mis amigos no se daban cuenta de cómo en realidad estaba yo, porque no lo
andaba gritando, no es algo para sentirse orgulloso.
Es tan fácil criticar u opinar cuando no estás en los zapatos del otro, dar consejos o tratar de
convencer, cuando en tantas ocasiones lo que en verdad necesitamos es un poco de amor, sin
juicio, sin reproches, sin condiciones.


Mi recuperación no fue nada fácil, fue lenta, dolorosa. Pero lo logré, no lo hice sola, jamás lo
hubiera logrado. Aún lucho con alguno que otro fantasma del pasado que se niega a dejarme,
pero hoy puedo decirles, “Amo mi vida”, “amo a la vida”, “soy libre”, “soy feliz”.
Si tú que estás leyendo esto te sientes como yo, te digo que se puede salir, definitivamente sí se
puede. Yo lo pude hacer, tú también lo podrás hacer, solo debes buscar ayuda en el lugar correcto.
Ten cuidado a quien escoges, debes ver la vida que ha llevado o está llevando esta persona.

En mi caso, el único que pudo ayudarme y lo sigue haciendo hasta el día de hoy es “Dios” hoy
tengo una relación con Él, como de un padre y su hija. Él me cuida y yo sé hoy a donde correr
“Cuando no puedo más”, corro a sus brazos, a Él.
Te dejo un fuerte abrazo y mucha paz…


Escrito por: Rita Ambrosy

Escritora, Maestra de Preprimaria y Hotelera.

FB: https://www.facebook.com/rita.ambrosy

Instagram: https://www.instagram.com/ritaambrosy/

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