Por Wendy Figueroa

Para escribir este artículo con propiedad, tuve que pasar años de silencio y de pensar que, al no mencionar problemas no resueltos, se volvían inexistentes.  ¡Grave error! Cuán equivocada estaba, pues era como consumirme por dentro.

Hay un dicho que dice: “El cuerpo grita lo que la boca calla”, pues vaya si mi cuerpo no gritó. A mis 30s, me hicieron un examen de mis órganos internos, y para mi sorpresa y la de los médicos, mis órganos internos tenían la edad de una persona de 90 años, recuerdo muy bien la frase que utilizaron los médicos: “Te secaste por dentro”, fue devastador.

Adicional, me diagnosticaron una neuropatía en un pie, y el médico habló con mi esposo, para indicarle que era una de las enfermedades con más riesgos de suicidios que había, por ser tan incomprendidas.  También estuve a punto de pasar por una mastectomía, debido a un tumor maligno en uno de mis pechos. Tenía alergias severas en mi cuerpo (muy extrañas), donde no determinaban qué las generaba, y para terminar de acabar, una tos seca tan terrible, que pasó muchísimo tiempo (años) para lograr controlarla. ¡Esto era mi cuerpo gritando lo que yo quería callar! 

Hay muchos factores que te pueden silenciar, por ejemplo, cuando de niños nuestros padres nos dicen: “¡Callate, ya, silencio, shiii, basta, aburrís, mareás, etc!”, también lo hacen nuestros maestros e inclusive la Sociedad:  “No opines, calladita estás más bonita, los trapos sucios se lavan en casa, no andes ventilando tus cosas, no seas indiscreta”, en fin… frases que te van educando de una forma desde muy pequeña, que cuando se es adulta, crees que hablar cosas delicadas no es correcto, que las conversaciones superficiales son las que siempre te hacen llevar una vida de apariencia estable; pero en tu interior, tu emoción, tu frustración, tu enojo, tu tristeza, tu desesperanza, eso no debes contarlo.

Hay una cita bíblica que dice: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos, en mi gemir todo el día, mi falsedad me torturaba y llenaba mis días de frustración”, Salmos 32:3. Llegué a un punto en que mi depresión fue tan grande, que me prohibieron llorar, el médico me dijo que mis lagrimales estaban tan desgastados que ya no debía llorar, que buscara ayuda. Así que, decidí buscar ayuda y ese fue el camino a la recuperación, no fue fácil, ni fue en poco tiempo, pero hoy puedo voltear atrás y decirte estoy en progreso. 

No necesitas llegar a enfermarte para buscar ayuda.  No necesitas ser extremista y divulgar todo lo que sabes, haces, piensas o escuchas a todo el mundo, pues eso tampoco es sensatez; pero no pretendas que lo que te acongoja, lo que te lastima, lo que te hiere va a sanar sólo, porque lo que generarás es un sentimiento de amargura que destruirá tu vida y amargará la vida de las personas que tienes a tu alrededor. 

Hoy comprendo, que el hablar en un ambiente seguro es terapéutico, es alentador, es reconfortante, es sanador y además cuando cuentas a otros tu historia te liberas, brindas esperanza, demuestras humildad al quitarte esa máscara de que todo es perfecto, y vives más liviano y feliz.

Si te sientes mal, habla, saca, libera, y sana, para que la amargura no se enraíce en ti.  Finalmente, termino con la definición de amargura que nos brinda el diccionario, para que detectes si algo de esto está creciendo dentro de ti: “Sentimiento duradero de frustración, resentimiento o tristeza, especialmente por haber sufrido una desilusión o una injusticia”.

Apóyate en una buena amistad, en un familiar de confianza, en un consejero e inclusive con ayuda profesional, pero no esperes a que tu cuerpo te doblegue para sanar.

Es lindo escribirte…

Wendy Figueroa/Orientadora Familiar