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No podemos hablar de esperanza sin involucrar la fe

Debido a que la esperanza es parte de la fe, si estuviésemos tratando de realizar una receta, la esperanza sería un ingrediente indispensable en el proceso. Y precisamente para hacer una distinción entre esperanza e ilusión, podemos encontrar algunos elementos diferenciadores entre estas, la esperanza incluye un objetivo, una meta, se relaciona con la espera de lograr algo, la ilusión viene a ser un sencillo deseo que se basa en simples posibilidades. Cuando hablamos de esperanza, estamos hablando de una emoción activa, a diferencia de la ilusión que no produce acciones ni reacciones. Es así como podemos definir que la esperanza es la confianza y la creencia de lograr algo, y nadie puede atreverse a creer algo, si no tuviera la confianza de que puede lograrlo. En estos momentos en donde muchas personas hemos sido expuestas a ciertas fragilidades en diferentes áreas de la vida, debido a la pandemia, no nos queda más que aferrarnos a la confianza de que todo esto pasará, pero qué alimenta esa confianza, cuando quizá perdimos el trabajo, una empresa, algún ser querido, la salud, entre otras cosas. Y es que nunca sabremos qué tan resistentes somos hasta que atravesamos por esos procesos que nos ayudan a formar un carácter, que nos ayudan a crecer, a desarrollarnos y a seguir creyendo que hay cosas mejores por venir.

Qué sería de cada uno de nosotros, si no existiera esa posibilidad de lograr aquello que nos proponemos, o lo que hemos puesto en las manos de Dios, cuál sería la condición de nuestro ser sin esa probabilidad, sí, a eso me refiero cuando digo que no hay una receta perfecta de la fe, si no lleva esperanza, junto con la paciencia y la espera. Con frecuencia escuchamos que nos dicen “lo último que se pierde es la esperanza”, y es que sin esperanza perdemos el ánimo para actuar y reaccionar de manera positiva y objetiva.

Saben hace algunas semanas, recibí la triste noticia de que una abuelita que asistía a la congregación había fallecido, cuando nos reuníamos era la alegría del grupo, nos contaba y recontaba sus historias, y entre ellas hablaba de sus hijos que estaban distanciados de ella y que no perdía la esperanza de que Dios le permitiera reunirse con ellos. Pues desafortunadamente dio positivo de COVID-19 y estuvo hospitalizada por más de un mes, logró recuperarse y su familia distanciada, decidió llevársela a casa. Poco menos de dos semanas de estar con ellos, ella falleció. Lo que me impactó fue saber que, a algunas personas del grupo de confianza, les decía “el día que yo me reencuentre con mi hijo distanciado por más de veinticinco años, ese día me voy a morir”. A causa de su padecimiento el hijo distanciado que no la había visto durante tanto tiempo, reapareció y la visitó. De esta pequeña historia, ya saben el resultado, la abuelita falleció, pocos días de ese encuentro con su hijo distanciado por aproximadamente veinticinco años, “nunca perdió la esperanza”, es impresionante que una persona de más de ochenta años se haya recuperado de COVID-19 y que al llegar al cumplimiento de lo que esperaba, haya fallecido. Reunirse con su hijo era lo que ella tanto había esperado y que sin duda le había dado la fortaleza, la paciencia y el ánimo de seguir viviendo con positivismo. Así es la esperanza, inicia con algo y finaliza con la llegada de aquello que confiamos y alojamos en nuestros corazones creyendo que existen infinitas posibilidades de que sucedan, por arte de acciones, de propósitos o de esa voz a la distancia que llama a las cosas para que caminemos hacia ellas y ellas se acerquen a nosotros, sin perdernos en el proceso de nuestra vida. No importa en qué situación te encuentres en este momento, cuando se tiene esperanza como un estado de ánimo, aprendemos a disfrutar el camino, a ser formados en ese proceso, a ser valientes en medio de las pruebas, a reconocer nuestras debilidades, pero al mismo tiempo a buscar la esencia de nosotros mismos, esa esencia que nos hace diferentes unos de otros, y a vivir la vida con sentido de propósito. Así es que si, queremos que la esperanza sea parte de nuestras vidas, se hace necesario que tengamos expectativas reales de lo que queremos alcanzar, no podemos poner una expectativa fuera de nuestra realidad, si no se convierte en ilusión, y aunque algo maravillo del ser humano es que podemos soñar e imaginar cosas espectaculares, es necesario hacer consciencia de nuestras capacidades, y el plan que tenemos para lograrlo. Por ejemplo: muchas personas tienen la ilusión de tener una empresa exitosas, pero nunca la inician, por eso queda en la ilusión, debido a que la idea, nunca se concreta, no existe un plan de negocios ni nada. Al contrario, aquellas personas que tiene la esperanza de tener una empresa exitosa, es porque generan acciones para crearla, o promoverla, o por tener una plan y estrategia que le permita un día llegar a ese objetivo.

Es permitido soñar e ilusionarnos claro, siempre y cuando estemos conscientes que, si deseamos vivir con esperanza, tendremos que accionar o movernos en dirección a lo que soñamos, de lo contrario la desilusión tocará nuestra puerta. Sueña y después de soñar, toma ese sueño y haz un plan para volverlo una realidad. Nadie espera cosecha si antes no siembra una semilla.

Te animo que te permitas vivir con esperanza, en este tiempo en donde las noticias que leemos o escuchamos no son tan alentadoras, o nuestro entorno no sea el mejor, o las condiciones sean adversas, hay algo que puede permitirte salir adelante, la proyección que tengas de ti al futuro, las metas que quieres alcanzar, los objetivos que te has propuesto y ante todo el desarrollo del propósito de tu vida que es lo que te permitirá vivir con intensidad todos los días, sabiendo que un propósito tiene una característica fabulosa y es que nunca tiene fecha de vencimiento y genera aliento, fuerza y valentía.

Marta Corado de Cuéllar
Lic. Informática y Negocios Pastora, con Estudios de
Postgrado en Liderazgo y Emprendimiento
Únicas Guatemala Org
www.unicasgt.org
4473-1360
FB: @Unicasgt.org

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