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Fuerte… ¿Yo?

Por Rita Ambrosy

Una vez me dijeron que era “el Pilar de mi casa”, también que era “el radar”.  Escuché también que era “el eje” en la relación de esposos.

Lo último que me dijeron fue que era “la piedra angular” de mi familia, la verdad con cada título o nombre que me daban me hacía sentir más cargada. Ya no quería escuchar otro nombre descriptivo o adjetivo pesado para mi vida.

Recuerdo que cuando era adolescente y conforme iba creciendo, veía como mi papá ayudaba a mis hermanos y a otras personas, pero yo no recibía esa ayuda de igual manera.   Una vez le pregunté, por qué a mí no me daba lo mismo que a mis hermanos y me respondió que era porque “yo era fuerte”, según él yo no necesitaba de su ayuda. Daba por sentado que ya lo tenía todo resuelto.

¡Qué lejos estaba de la realidad!, siempre necesite de su ayuda. Pero como no la recibía tuve que aprender a resolver las cosas yo sola, no siempre lo hice bien, pero hice lo mejor que pude.  Tuve que tragarme muchas veces las lágrimas y pararme de frente y dar el paso, aunque tuviera miedo o dudas. La idea era avanzar, crecer, alcanzar y mejorar… Eso siempre lo tuve claro, no quería quedarme en el lugar que estaba, estancada en medio de la soledad acompañada y del desinterés latente.

Si hoy me dieran la oportunidad de regresar el tiempo y me preguntaran “¿Qué haría diferente?”, solamente una cosa cambiaría y sería “no pretender ser tan fuerte”. Digo pretender porque eso hacía, pretendía que no tenía miedo, que no me dolía, que no me importaba.  Pero casi siempre era solo eso, pretensiones. Sentía tanto, sentía mucho, necesitaba casi siempre. Al final de tanto me lo llegué a creer, era fuerte, sin miedo, capaz de todo y fui construyendo una coraza una fortaleza a mi alrededor.

Me gustaba que mi debilidad, esa que solo yo conocía se había convertido en algo que los demás apreciaban, señalaban positivamente y aprendí a “no ser vulnerable” a no llorar, a no dejar quebrarme tan fácilmente. Se convirtió en algo tan del día a día, era ya parte de mí que no sabía ahora ser de otra forma. Me lo creí y me convertí en esa mujer de corazón de piedra, inquebrantable, difícil de derribar.

No iba a permitir que alguien viera jamás mi lado débil, ese que ya casi ni yo veía. Así fui recorriendo el camino de mi juventud, así llegue a mi matrimonio, así escale en puestos de trabajo así formé a mis hijos.  Hasta que un día alguien llegó a mi vida y me botó, paró mi ritmo, cambió mi agenda y le dio vuelta a mi vida. Juré que jamás me quebraría ante nadie, que no bajaría la guardia.  Nadie más iba a lastimar mi corazón y ese día fui vencida…

Ese día mi corazón empezó a ser moldeable nuevamente, mis ojos volvieron a tener suficientes lagrimas que no cupieron más y salieron rodando por mis mejías. Ese día volvía a sentir, a abrir mi corazón a dejarme sentir y sacar todo aquello que había guardado celosamente dentro de un baúl pesado y oscuro.

 Recuerdo el miedo que sentía de “sentir”, será que iba a poder recomponerme, que iba a dejar de llorar algún día.  Era mucho más difícil ser vulnerable, que ser impenetrable.  No sabía ser sutil, dulce, abierta.  No tenía idea como dar amor o como recibirlo, era algo totalmente nuevo para mí. 

No saben lo difícil que es tener que recibir un abrazo de alguien que no es muy conocido. O creer que alguien te dice “te quiero” y que sea cierto.

Pero igualmente con miedo, me rendí ante su presencia, dejé que tomara el control de mi vida, que fuera Él quien que tomara el timón y dirigiera a puerto seguro el barco. Cayeron las paredes, una a una, cada vez se hacía más ligera la carga, entraba y respiraba aire nuevo, aire puro.  Sentir su presencia en mi vida era algo totalmente delicioso, seguro, pacifico. Hablaba y Él respondía, empecé a entablar una comunicación más directa Él y yo.

Era una relación de amigos, de Padre e hija, de confidente, de paño de lágrimas… Se convirtió en mi lugar seguro.  Fue allí que me di cuenta de que “sí era fuerte”, que ese sí era mi diseño, solo que no lo había sabido manejar, no lo estaba haciendo correctamente, porque lo estaba haciendo sola.  Debía de haberlo hecho con Él, de su mano, de su guianza.

Al final “sí era esa mujer que decía mi papá”, esa que se mostraba al mundo, lo que me faltaba para estar completa era a “Dios en mi vida” y aquel día que Él me buscó, que me botó ese día se inició a potencializar mi diseño, pero ahora encaminado de acuerdo a mi propósito de vida, de acuerdo al plan de Dios.

Si soy “el pilar de mi casa”, también que soy “el radar”.  Soy “el eje” en la relación de esposos y por supuesto soy “la piedra angular” de mi familia, pero todo eso lo soy porque Dios está en mí dándome las fuerzas y guiando cada paso que doy.

¿Y a ti quien te guía? ¿Qué eres tú en tu familia, en tu matrimonio? ¿Es Dios quien te acompaña o lo haces tú sola?

Analízalo, pregúntatelo y toma la mejor decisión de tu vida.  No camines sola, vive tu vida al máximo, no cargues tu sola todos tus problemas… Hay alguien que está esperando que lo llames para ayudarte y acompañarte.

¡Les dejo paz!

——–

Por Rita Ambrosy Valenzuela

Escritora, Maestra de Pre Primaria y Hotelera.

FB: https://www.facebook.com/ambrosyrita

IG: Instagram: https://www.instagram.com/ritaambrosy/?hl=es-la

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