
Caballerosidad en extinción
Share
Hubo un tiempo en el que los gestos caballerosos eran parte natural del ser hombre: abrir una puerta, ceder el asiento, acompañar hasta la puerta de casa, pagar la cuenta no por obligación, sino por cortesía. No eran reglas escritas, sino actos aprendidos con respeto y admiración hacia las mujeres. Sin embargo, en medio de un mundo que lucha, con razón, por la igualdad de género, pareciera que algunos hombres han confundido el respeto con la distancia, la cortesía con la ofensa, y la atención con la intromisión.
La caballerosidad no es sinónimo de superioridad, ni mucho menos un gesto machista. Es una forma de mostrar educación, delicadeza y humanidad. Hoy, vivimos en una sociedad en la que el equilibrio de roles está en constante reajuste, y en ese proceso, muchos hombres han optado por retraerse, temiendo hacer o decir lo incorrecto. Pero en ese silencio, se está perdiendo algo valioso: la esencia del respeto demostrada a través de pequeñas acciones.
Ceder el paso, ofrecer ayuda, escuchar con atención o simplemente tener una actitud protectora (sin invadir), no hace a un hombre menos moderno ni menos consciente. Al contrario, demuestra que entendió que el verdadero poder masculino no está en dominar, sino en cuidar con dignidad. La caballerosidad bien entendida no anula la independencia de una mujer, la reconoce y la honra.
Ser caballero hoy no es anticuado, es revolucionario. Es ir contra la corriente de una sociedad distraída, impaciente y muchas veces indiferente. Es volver a lo básico: al respeto mutuo, al detalle, al gesto que no busca aprobación, sino conexión. Porque la igualdad no es dejar de ser atentos, es serlo sin esperar nada a cambio, sin imponer, sin asumir, solo siendo genuinamente humanos.
En tiempos donde todo parece acelerado y funcional, la caballerosidad es un acto de pausa, de conciencia y de cuidado. Un gesto sencillo que dice mucho: “estoy aquí, te veo, te valoro”.
“Sed todos de un mismo sentir, compasivos, amandoos fraternalmente, misericordiosos, amigables.” (1 Pedro 3:8)