La carta que nunca escribí

La carta que nunca escribí

Hay despedidas que dejan una marca imborrable en nuestras vidas, esas que no necesitan palabras para ser entendidas porque su peso se siente en el alma. Esta es la historia de una carta que nunca fue escrita, pero cuyo mensaje ha resonado en mi corazón.

No fue una decisión consciente. No hubo una noche frente a una hoja en blanco, buscando las palabras perfectas. Tal vez porque no quería aceptar que el adiós era definitivo, o quizás porque temía que al escribirlo, ese final se volviera real. Pero ahora entiendo que el silencio fue mi refugio y mi error.

Recuerdo con nitidez el día que nos despedimos. Tus ojos tenían una mezcla de tristeza y esperanza que nunca había visto antes. Querías que todo estuviera bien, aunque sabías que nuestras vidas tomarían caminos distintos. Me quedé inmóvil, incapaz de hablar, mucho menos de escribir. Había tanto que quería decirte, tantas cosas que quedaron atrapadas en mi pecho, como un nudo que nunca se desató.

Con el tiempo, entendí que aquella carta no solo era para ti, sino también para mí. Era mi oportunidad de soltar, de liberar el peso de lo no dicho y hacer las paces con un pasado que a menudo me atrapaba en la nostalgia. Pero esa carta nunca llegó a tus manos, porque nunca fui lo suficiente.

La vida siguió su curso, y el dolor se transformó en aprendizaje. Aprendí que no siempre hay segundas oportunidades, que las palabras tienen un poder sanador cuando se usan a tiempo, y que el amor trasciende incluso la ausencia. Esa carta no escrita se convirtió en el símbolo de todo lo que te agradezco, de las lecciones que me dejaste y de la manera en que moldeaste quien soy hoy.

Si pudiera retroceder en el tiempo, habría tomado un papel y un bolígrafo para escribirte. Te habría dicho cuánto te valoro, cuánto aprenderé de ti y cómo me cambias para siempre. Te habría agradecido por ser parte de mi vida, aunque fuera por un breve momento.

Hoy, aunque la carta no existe

"Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres."— Colosenses

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