Cuando el cielo se oscurece, tenemos que mirar más allá del caos

Cuando el cielo se oscurece, tenemos que mirar más allá del caos

El 7 de septiembre de 2025, el mundo presenció un eclipse lunar total que fue visible en gran parte del hemisferio oriental. Durante dos horas, la Tierra cubrió con su sombra a la Luna y nos regaló un espectáculo natural que miles de personas esperaban con cámaras, telescopios y ojos curiosos. El fenómeno no solo fue una maravilla astronómica, sino también un recordatorio de nuestra conexión con los ritmos cósmicos.

Desde tiempos antiguos, los eclipses han sido interpretados como señales de cambio y renovación. Civilizaciones como los mayas, egipcios o mesopotámicos los consideraban presagios, mientras que hoy los vemos como oportunidades de asombro y aprendizaje. La ciencia moderna nos permite predecirlos con exactitud, pero el impacto emocional sigue siendo el mismo: la sensación de pequeñez frente a la inmensidad del universo.

Más allá del espectáculo, este evento ocurre en un momento de gran incertidumbre mundial. Crisis políticas, fenómenos climáticos extremos y tensiones sociales nos rodean. El eclipse se convierte entonces en un espejo simbólico: una pausa que nos invita a reflexionar sobre lo efímero y a encontrar esperanza en que tras la oscuridad siempre vuelve la luz.

En muchas ciudades, familias enteras aprovecharon para reunirse y contemplar juntas el cielo. Niños y jóvenes se maravillaron ante un fenómeno que quizá tarde años en repetirse. Esa unión intergeneracional, frente a un mismo horizonte, es en sí misma un regalo.

El eclipse lunar no fue solo un evento astronómico. Fue una metáfora viva de los ciclos que atraviesa la humanidad: de crisis y de renacimiento, de pérdidas y de nuevas oportunidades. Porque al final, como la Luna, también nosotros podemos oscurecernos, pero siempre encontraremos la manera de volver a brillar.

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