Cómo cierras tu año?
Este año no se termina solo: lo decides tú. ¿Cómo lo vas a cerrar? ¿Luchando por lo que quieres, dejando pendiente lo que te importa, haciendo lo que te hace feliz, apagándote en la inacción… o trabajando desde hoy para terminar con amor, fuerza y determinación?
Cierra los ojos un momento y mírate con honestidad. Hay metas que aún laten. Algunas requieren valentía; otras, disciplina silenciosa. Si decides no hacer nada, lo pierdes doble: pierdes el resultado y pierdes la confianza en ti. La postergación roba energía, debilita la autoestima y siembra la frase más pesada del mundo: “pude, pero no quise”. En cambio, si actúas ahora, aunque sea en pasos pequeños, ganas tracción, claridad y paz. Recuperas tu palabra contigo misma, reencuentras tu voz y recuerdas que estás hecha para más.
Terminar bien no es correr desesperada: es elegir con intención. Haz una lista corta —tres cosas que sí o sí cerrarás— y cúmplela con cariño y rigor. Di no a lo que no suma, pide ayuda donde la necesitas, celebra cada avance. Vuelve tu casa un aliado (rutinas simples, descanso real), abraza a tu familia como combustible emocional y sostén tu corazón en Dios: cuando el propósito guía, el cansancio no manda.
La felicidad no es un premio al final del camino, es la manera de recorrerlo. Trabaja con amor: que tu esfuerzo tenga rostro humano, que tus metas toquen vida, empezando por la tuya. Trabaja con fuerza: no para impresionar, sino para honrar tus dones. Trabaja con determinación: aunque el miedo hable, que decida tu fe. Hoy es suficiente para empezar; cada día que sumes, el “casi” se vuelve “lo logré”.
Este es tu cierre: simple, valiente, verdadero. No perfecto, pero lleno de sentido. Empieza hoy y termínalo bien. Tu futuro te lo va a agradecer.
Versículo
“Mejor es el fin del asunto que su principio; mejor es el paciente de espíritu que el altivo de espíritu.” — Eclesiastés 7:8









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