
🌸 Entre la luz y la herida: Reflexiones de una hija
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El Día de la Madre, más que regalar flores o escribir palabras bonitas, para mí es una oportunidad para reflexionar sobre la relación más significativa que todos tenemos en nuestra vida: la de nuestra madre. Desde mi experiencia, esa relación ha sido compleja, marcada por momentos de distancia emocional. Me he movido, entre la luz —porque es mi madre— y la herida — porque desde mi mirada, su historia está carga con cicatrices que quizá no ha podido sanar, y que probablemente tienen raíces profundas en su vínculo con mi abuela.
Mi madre creció con una mujer difícil. Mi abuela falleció hace un año, un 3 de mayo. Es curioso cómo la muerte saca a la luz cosas que permanecieron ocultas en vida. Ahora que se acerca el cabo de año, veo en mi madre una culpa silenciosa, envuelta en homenajes que nunca existieron cuando su madre vivía. Y esa contradicción me hace pensar que en cómo, a veces, posponemos la reconciliación y el deseo de sanar, hasta que ya no hay tiempo.
Desde esa reflexión, entendí que el amor materno no siempre es sencillo, y que muchas veces se parece más a una deuda emocional que a un refugio. También comprendí que la dinámica entre mi madre y mi abuela se reflejó en mi relación con ella y con otras personas, especialmente en mis vínculos de pareja.
En particular, una relación que fue larga, intensa, bonita en muchos sentidos, pero profundamente atravesada por la culpa. Culpa por no dar lo suficiente, por no querer del modo que se esperaba de mí, por no haber sanado a tiempo. Y cuando esa relación terminó, lo que quedó no fue solo tristeza, sino ese viejo fantasma: la sensación de que mi valor depende de cuánto me necesitan los demás. Una creencia que, ahora entiendo, probablemente nació de esa distancia emocional que viví en la infancia y adolescencia.
Gracias a la terapia, a escribir, a leer, y a explorar nuevos caminos, he entendido que la relación con mi madre está en el centro de mi historia emocional. Que para poder amar de otra manera, primero tengo que sanar ese primer vínculo. Y no se trata de culparla, sino de comprender. De verla también como una hija herida que hizo lo que pudo.
Este Día de la Madre no quiero solo celebrar. Quiero reflexionar. Quiero invitarte a ti, que estás leyendo esto, a sanar mientras se pueda. A mirar con honestidad lo que hemos callado. A decirlo, aunque duela. Porque aún estamos a tiempo de abrazar, de comprender, de transformar lo que heredamos en algo más liviano y consciente.
La sanación es un camino lento, pero también es un acto de amor: hacia mí, hacia mi madre y hacia las relaciones que vendrán. Hacia la mujer que estoy aprendiendo a ser.