"Florecer cuando se está listo"

2 de junio de 2025

Imaginemos por un momento que cada hijo es como un árbol único en un inmenso jardín de la vida. Algunos parecen germinar con rapidez, lanzando sus primeros brotes hacia el sol con entusiasmo, mientras otros parecen dormir más tiempo bajo tierra, en silencio, en lo profundo. Como padres, observamos con anhelo el día en que nuestros hijos florezcan, den frutos dulces y brillantes, y se alcen como ejemplares majestuosos en el paisaje.

Queremos verlos triunfar, destacarse, alcanzar sus metas con éxito. Anhelamos que lo que emprenden se convertirá en logros visibles, que sus esfuerzos se traduzcan en flores abundantes y frutos que inspiren orgullo. Pero, ¿qué sucede cuando eso no ocurre? ¿Cuando trabajan con esmero, se esfuerzan con el alma y aún así no florecen? ¿Cuando sienten que no encajan, que van rezagados, que su tierra no da lo que otros sí?

Algunos árboles necesitan más tiempo. No es que estén fallando. Es que están echando raíces.

Y esas raíces, aunque invisibles, son esenciales. Se extienden hacia lo profundo, buscando estabilidad, nutrientes, sentido. Porque ningún árbol florece sin antes haber tejido en la oscuridad su base. Porque la fortaleza que no se ve, es la que sostiene la belleza que un día todos admirarán.

Como padres, nuestra tarea no es empujar al árbol a florecer antes de tiempo, sino confiar en su proceso natural. No todos los manzanos dan fruta al mismo tiempo. No todas las flores se abren con la llegada de la primavera. Algunos hijos florecen en verano, otros en otoño. Y eso está bien.

Nuestros hijos no van tarde. No están detrás. Simplemente están creciendo a su ritmo, construyendo su momento, preparando su propio esplendor.

Aprendamos a regarlos con paciencia, a hablarles con ternura cuando se sientan marchitos. Porque cuando llegue su hora —y llegará— el jardín se llenará de colores únicos, de frutos inesperados y de la certeza de que florecieron... cuando estaban listos.