ROMPER CADENAS EMOCIONALES: SOLTAR LO QUE NOS LIMITA

ROMPER CADENAS EMOCIONALES: SOLTAR LO QUE NOS LIMITA

 

¿Te has dado cuenta que el sentimiento predominante en nosotras al enfrentar un desafío es el miedo? Miedo que se manifiesta junto con pensamientos, creencias, que nos hacen cuestionar nuestras capacidades, que nos hacen creer que no somos suficientes o que no contamos con lo necesario. Alguien dijo que en la Biblia se encuentra escrita 365 veces la frase “no temas” Es notable que esto suceda pues sugiere que una de las emociones más comunes en el ser humano es el temor. Nos da miedo quedarnos solos, miedo a no ser suficientes, miedo al rechazo, al abandono, a no ser amados, miedo a ser como realmente queremos ser, miedo a establecer límites, y miedo a traspasar algunos que no nos benefician, miedo a confrontar, miedo al qué dirán, miedo al silencio, y así permitimos que ese temor nos detenga, nos frene, nos sabotee. 

El libro de Proverbios señala que el temor en el hombre pone un lazo, y efectivamente, es así como se puede llegar a percibir, un lazo, un lazo que no nos deja expresarnos, que no nos deja ser libres para alcanzar lo que deseamos o soñamos. Sin embargo, es pertinente cuestionar: ¿de dónde o por qué surge ese miedo en el ser humano? Esta surge de la carencia, surge del dolor de las heridas, de las palabras negativas que impactaron tanto a nuestra niñez como la de nuestros padres, pues somos el reflejo de lo que un día ellos fueron o recibieron. Y son estas heridas y creencias en el alma las que no nos dejan vivir de acuerdo a nuestras capacidades, sino que de acuerdo a nuestras carencias. 

En consecuencia, el temor es el resultado de una baja autoestima, producto del rechazo y del abandono experimentado en la infancia, y que en el presente nos lleva a percibimos como personas no deseadas llevándonos a buscar la afirmación en todo lo que emprendemos, incluso en nuestra propia imagen para así poder ser aceptadas y valoradas por los demás. Además, cuando nuestro corazón está marcado por la ausencia de nuestros padres, se crea una gran necesidad emocional que nos lleva a la dependencia afectiva buscando en otros esa aprobación, y limitando así nuestra capacidad de alcanzar aquello que Dios tiene para nosotros.

En este sentido, la vida se convierte en una lucha con pensamientos que nos hacen retroceder y nos mantienen ancladas a lugares, situaciones e incluso personas que drenan nuestra vida, bajo la creencia que pronto será diferente o que estamos allí porque debemos ser fuertes, ¡cuando esa fuerza no es más que masoquismo disfrazado de sacrificio porque preferimos de alguna manera sufrir que cambiar!

Efectivamente, las experiencias vividas han marcado significativamente nuestras emociones y creencias, sin embargo, eso no implica que nos debamos quedar estancados para siempre. Si bien es probable que no hayamos sido responsables por el dolor que sufrimos, ahora sí somos responsables de lo que haremos con lo que vivimos. Es nuestra elección permanecer en un rol de víctimas, condicionadas por el miedo, o bien, aprender las lecciones y reescribir nuestra historia. No se trata de culpar a nadie, ya que si lo hacemos nos llevaría a repetir patrones, puesto que no veremos en nosotras la razón por la que debamos ser diferentes. Tampoco se trata de lamentarnos o de buscar que sean los demás quienes cambian, el cambio inicia en nosotras, por medio de la renuncia a todos esos pensamientos que nos han dirigido y limitado y reemplazándolos por la verdad que nos libera, una verdad que encontramos en Dios y su palabra. No se trata de esperar que los demás nos aprueben, se trata que nosotras nos aceptemos y nos amemos como Dios ya nos ha amado y aceptado en Cristo. No se trata de dejar de sentir temor, se trata de actuar a pesar de él, con la seguridad de que somos capaces, que lo lograremos puesto que Dios es quien nos guía y nos fortalece. 

Dios quiere que seamos libres, y esa libertad la alcanzaremos a través de la renovación de nuestra manera de pensar de acuerdo con su palabra, saliendo del molde al que nos hemos acomodado, molde de sufrimiento, y de victimización, entendiendo que muchas veces alcanzar la libertad emocional es un proceso desafiante, porque esa libertad se logra sin buscar sustitutos de la felicidad que amortiguan el dolor como lo son los apegos no sanos a personas, y aún a sustancias dañinas. Ser libres emocional y mentalmente implica dar pasos de fe sabiendo que Dios abrirá el camino y su providencia divina suplirá nuestras necesidades. Ser libre implica renunciar a viejas creencias, viejos patrones mentales, viejas amarguras en el corazón, renunciar a la falsa identidad que nos hace no vivir de acuerdo al plan de Dios para nosotras, y adoptar en nuestro interior la nueva identidad creada según Dios en Cristo Jesús, para alcanzar grandes propósitos, para bendición propia y de los demás. Ser libre es sonreír, es amar, es soñar y cada día disfrutar de la bendición que tenemos de estar vivas porque hay algo grande que lleva nuestro nombre y que está esperando ser alcanzado. 

Raquel Godoy

Psicopedagoga

 

 

 

 

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