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""El coraje es la clave para una vida plena.""

No soy víctima de violación, soy protagonista de mi vida

Las secuelas de una violación sexual son psicológicas, emocionales y físicas. Ser víctima de este atroz delito no es fácil y lamentablemente se convierte en una estadística y un expediente más para las autoridades cuando se denuncia, sino se vuelve en un suceso incómodo del cual es preferible no hablar ni visibilizar en nuestro entorno.

En mi caso, cuando me armé de valor para contarles a mi familia lo que pasé a manos de mi agresor (conocido por ellos de años), las reacciones fueron diversas pero con un común denominador, la negación y el temor al que dirán. Escuché opiniones como “con no volver allí es suficiente”, “de esto que nadie se entere porque qué van a pensar”, o “aquí esos casos no avanzan y sólo vas a perder tu tiempo”.

Estos comentarios me lastimaron mucho, puesto que me sentía confundida y sin apoyo; llegando a pensar que no les importaba  y que no entendían mis razones para denunciar y continuar con el proceso legal; causando un distanciamiento con mi hermana y una barrera con mis padres.

Entre los daños psicológicos que me ocasionó esta agresión están la depresión (esa sensación de querer dormir mucho y de no querer   saber de nada ni de nadie), la ansiedad (la cual se dispara por diversos factores y cuando el cerebro recuerda la fecha de este evento) y el insomnio.

Respecto a la ansiedad, ésta se manifestó con el consumo excesivo de chocolate y de las bolsitas de manías y otros snacks, así como el comer en exceso; resultando en un problema de salud de sobrepeso, pudiendo desencadenar en otros padecimientos como la diabetes.

Estas consecuencias son el reflejo del procesamiento de un suceso traumático que viví y me confrontó con mis convicciones (promover campañas de la promoción de los derechos de la mujer y la prevención de la violencia de género) y la realidad de una sociedad que aún no está lista para hablar claramente sobre este delito tan frecuente entre todas las esferas y edades.

He asistido a terapia psicológica por más de un año y he discutido con mi terapeuta de las razones por las que mi familia se opuso a la denuncia puesta ante las autoridades, llegando a la conclusión que es una forma de cuidarme y evitar un desgaste del proceso legal, lo cual respeto y ahora comprendo.

También he trabajado en las sesiones de psicología el objetivo de mi denuncia y estoy en paz con lo actuado en el marco jurídico por quienes deben impartir justicia. Por último, en este acompañamiento de la experta en salud mental he aprendido a identificar mis emociones para luego manejarlas de mejor manera.

Este ha sido un largo camino, en dónde aprendí a no prestar atención a comentarios como “yo en tu lugar lo hubiese pateado” o “hubiese gritado pidiendo auxilio”; puesto que estos descalifican a la víctima y únicamente quien experimentó este  conoce las condiciones en que estaba sometida y la reacción en pro de la sobrevivencia.

También he podido avanzar en sanar las heridas de este evento, interiorizando que no soy la culpable de lo acontecido ni que tampoco le di motivos a este sujeto para que a fuerzas me violentara, haciéndome sentir como si fuese un objeto que se usa para satisfacer una mente pervertida y enferma.

Hoy me siento libre, respaldada por una red de amigos y familiares que han sido un soporte increíble, y estoy en paz con mi conciencia porque alcé mi voz y fui escuchada. Descubrí que soy fuerte, resiliente y protagonista de mi vida.

Autor anónimo

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