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Heridas que nos hacen más fuertes

“El pasado nos limita, pero el futuro nos atemoriza. El único lugar seguro es el presente”.

Isaac López

Muchas personas piensan que recordar el pasado es una pérdida de tiempo y que lo único que importa es vivir y concentrarse en el presente.  Este concepto nace del miedo al dolor que produce recordar el pasado. Pero, el problema no radica en las experiencias traumáticas sino en las creencias que aprendimos durante la infancia y que no nos permiten avanzar. Por eso es tan importante que miremos hacia atrás, revisemos el pasado tanto los problemas no resueltos como las creencias que nos limitan. De esta forma podremos concentrarnos en vivir el presente. Sin embargo, para bien o para mal lo que somos actualmente se lo debemos al pasado. 

Todas las decisiones tomadas y sin tomar, cada camino y cada experiencia que hemos vivido nos convirtieron en las personas que somos hoy.

Existen heridas de cuando nos han lastimado que continúan determinando nuestro comportamiento, aunque no seamos plenamente conscientes de ello, nuestro cerebro guarda cada experiencia emocional.  Para esto crea huellas en nuestra memoria quedando las heridas emocionales, de las que únicamente nosotras somos las responsables de decidir curarlas para que cicatricen. Algo que muchas veces con nuestro comportamiento no permitimos.  

Sin embargo, en esta sociedad de la falsa felicidad que no nos deja estar tristes, la pena no tiene atractivo y se considera de mal gusto mostrarse débil.  Es como si la tristeza fuese algo contagioso, como si el dolor ajeno pudiese despertar el propio. Se nos inunda de mensajes del tipo “tampoco es para tanto”, “¡anímate!”, “eso ya pasó hace mucho tiempo”, “mírale el lado bueno”, y así poco a poco se va invirtiendo una gran cantidad de energía para negarlo. Y como seres humanos caemos rendidos ante autoengaños que nos quitan el dolor de manera inmediata, pero a la larga impiden que se cure la herida.

La mayoría de estas heridas pueden ser consecuencia de duelos en nuestras vidas. El duelo es un proceso interno que se produce ante una pérdida, una ausencia, una muerte o un abandono en una relación afectiva, sea del tipo que sea. El duelo se puede generar incluso por la pérdida de un trabajo, un cambio de casa, la ruptura de una relación de pareja o por la muerte de un ser querido. Por lo tanto, haremos un proceso de duelo ante todas y cada una de las pérdidas que vayamos teniendo a lo largo de la vida. Por supuesto, hay pérdidas con mayor importancia que otras y sentiremos su duelo con mayor intensidad.

Durante este proceso podemos experimentar un sinfín de síntomas emocionales y físicos como: ansiedad, miedo, culpa, confusión, negación, depresión, tristeza, shock emocional, etc.

Cuando perdemos a alguien o algo sentimos profunda tristeza, rabia, impotencia, miedo y nos duele y eso es totalmente normal. Ahora bien, cuando estos síntomas acaban apoderándose de nosotras, aparece un fuerte sentimiento de culpa y autorreproche que lleva a la depresión. Este cambio desarrolla complicaciones que afectan a la salud mental y física.

La experiencia emocional de enfrentarse a la pérdida, es lo que llamamos elaboración del duelo, que nos conduce a la necesidad de adaptación a una nueva situación.

Entonces, el duelo es una herida y, por tanto, requiere de un tiempo para su cicatrización. No cierra inmediatamente, es un proceso largo con varias fases que superar.

En esos momentos de la vida, es importante reconocer que necesitamos ayuda, que no estamos solas y que exiten personas que nos pueden acompañar. Pueden ser nuestra familia, amigos, compañeros o buscar la ayuda y orientación de un profesional en salud mental, para comenzar el proceso de sanación y cicatrización; no quedarnos estancadas y podamos vivir con plenitud esta hermosa y única vida.

Mis propios duelos

En mi experiencia, durante mis 25 años he vivido muchas situaciones dolorosas como interrumpir mi sueño de ser médico, el término de mi matrimonio por infidelidades, los reproches de mis familiares, cambio de casa, pérdida de dinero por tener que pagar deudas de gastos innecesarios, y la más reciente es la pérdida de mi hermana a causa de un accidente automovilístico.  

Pero con el paso del tiempo no quise quedarme estancada en el dolor que producen estas pérdidas y para lograrlo tuve que volver a abrir la herida que tanto me dolía. Tuve que limpiarla profundamente y, mientras lo hice, pude comprender lo que ocurrió. En este proceso me tocó recoger los pedazos de mi alma rota, los he recogido todos y ordenado después de tocar fondo, siendo una tarea que me ha ayudado a entender lo que pasó y la representación mental que hice de lo que pasó.

Ahora, me atrevo a mirar a mis heridas, a curarlas y a realzar mis cicatrices ya que ellas son la mejor muestra de que estoy viva, de que he vivido intensamente y de que estoy dispuesta a enfrentarme a todo lo que surja. Esas cicatrices emocionales hablan de mí, hablan de mi fortaleza, hablan de mi capacidad para asimilar el sufrimiento y para superar la calamidad. Me recuerdan que soy frágil y fuerte, en ellas veo todo aquello que he sido capaz de superar.

Es así como las cicatrices son la mejor muestra de nuestra fortaleza emocional, también lo son de orgullo y valentía, por el tiempo que han tardado en formarse y como una ventana de aprendizaje.

En este proceso tenemos que conectar con nuestra fortaleza emocional, aprender a tomar decisiones, a gestionar el dolor, a tomar distancia, a pensar diferente, bajo una nueva perspectiva más constructiva. Aprender a vivir con las cicatrices que harán ser una nueva y mejor persona para ti misma y para las que te rodean.  

Debemos comprender que las pérdidas o duelos son procesos normales, largos, a veces muy largos, pero pasajeros. Olvidar es posible, y la vida no termina con el dolor del duelo, sino que en muchos casos empieza justo ahí.

Hoy, puedo decir que soy una mujer empoderada partícipe de una nueva realidad. La realidad en la que puedo aceptar que he sufrido y que he llorado, pero que ni una sola de esas lágrimas han sido derramadas en vano ya que todas ellas, junto con todas las cicatrices, me han mostrado algo que debía aprender.

Gabriela “Gaby” Martínez

Estudiante de 4to. Año de Psicología Clínica, Universidad de Occidente.

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