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""La fuerza de una mujer está en su capacidad de soñar.""

La angustia que viví en manos del ginecólogo de confianza

Fue un 27 de febrero de 2022 cuando asistí como siempre lo hacía, a consulta con el ginecólogo de mi mamá y que con los años se convirtió en mi médico. Ese día llegué a las 11.50 horas, 10 minutos antes de la cita y me extrañó que al entrar a la clínica observar que el área de la revisión estuviese con las cortinas cerradas.

Como era costumbre conversamos un momento de la familia, el trabajo y otros asuntos sin importancia hasta que me preguntó por asuntos muy íntimos como qué hacía para quitarme las ganas, ya que soy una mujer soltera y le dije que eso no era de su incumbencia. Por lo que dirigí la conversación a la molestia que sentía vaginalmente, entonces se fue a lavar las manos como parte del procedimiento de rutina y me indicó que me pusiera la bata para iniciar con la revisión, previo a eso, me pidió que me subiera a la báscula (siempre me pesaba con mi ropa puesta y no con la bata como en esta ocasión).

Luego de eso me subí a la camilla y efectuó un ultrasonido que le pedí para llevar al otro día con un especialista en hormonas y menopausia; hasta allí la situación era “normal”. No obstante, cuando terminó el examen se me acercó y me dijo que si quería agarrarle su pene y tajantemente le dije que no y me paralicé. Fue en ese momento que el médico se colocó a mis pies y de un momento a otro se quitó el guante, me dijo que con el dedo se sentía mejor, yo estaba aterrada y solo sentí cuando me penetró y me dijo que lo disfrutará…

En mi mente sólo quería salir corriendo del lugar y fue cuando traté de sentarme de la camilla, me lanzó con fuerza contra ella y metió su mano dentro de mi blusa, tomándome mi seno derecho; sentí impotencia y miedo de lo que podría ocurrir. Mientras tanto el “profesional de la salud” seguía introduciendo su dedo en mi vagina y con un tono irónico me preguntó ¿ya vas a terminar?, y mi respuesta fue un “no”. En ese instante me dijo que me vistiera y se lavó las manos como si nada hubiese hecho.

Presurosamente me vestí y me dirigí a la salida y cuando estuve frente a su escritorio dejó de escribir la receta y con una mueca de burla me enseñó su dedo, diciéndome “estás seca, tú ya no lubricas”, en ese punto ya la angustia por salir de allí me había invadido y solo recuerdo que agarre la receta en automático. El tipo abrió la puerta de su clínica y sentí que los metros que separaban la clínica de la recepción se me hacían eternos para lograr llegar al ascensor; a mis espaldas aún escuchó su voz gritándome hay me contas como te va con el especialista de las hormonas. Por fin llegué a la recepción y pagué la consulta.

En el carro de regreso a casa empecé a llorar. A la hora del almuerzo mi mamá me preguntó que cómo me fue con la cita médica y le dije que bien y para evitar que me viera afectada fui a la cocina por un té y en ese momento me dije no vuelvo allí, así fue como empecé a asimilar que me habían violentado.

Esa tarde me senté a trabajar una propuesta y fue un mecanismo de escape porque quería tener mi mente ocupada y no pensar en lo que pasé. Salí a cenar con un buen amigo y le conté lo que me pasó en ese consultorio; entonces fue cuando decidí que lo iba a denunciar.

Transcurrieron un par de días y le conté a mi mamá lo que me ocurrió con el ginecólogo, se afectó mucho y su respuesta fue con que ya no vayamos es suficiente.

 Sin embargo, mi decisión de denunciarlo no tuvo eco en mi familia y por un momento desistí, pero mi organismo colapso de tal manera que cuando retomé la firme convicción de denunciarlo, me curé.

En el proceso de la denuncia me sentí acompañada por muchas amistades y familiares, quienes me orientaron sobre qué hacer y estuvieron presentes cuando necesité palabras de aliento.

Acudir al MAIMI no fue nada sencillo, aún recuerdo cuando relaté los acontecimientos varias veces a la fiscal y a la psicóloga, así como el incómodo momento del examen físico en el INACIF y el vuelco que me dio el corazón cuando los investigadores de la PNC me mostraron la foto del médico para luego acompañarlos al lugar de los hechos.

Allí inició un largo camino de pedir justicia por mí y otras víctimas de violación (así lo tipificó el MP el delito del que fui objeto). He asistido un par de veces a la Fiscalía de la Mujer a corroborar información y ampliar detalles de lo sucedido para que tenga congruencia los hechos expuestos en el expediente de investigación.

También fui a que me practicarán una evaluación forense para determinar daños y tras esa evaluación mi caso empezó el proceso del juicio.

Paralelo a esto fui remitida a solicitud mía a terapia psicológica en la Dirección de la Mujer de la municipalidad donde vivo para luego iniciar un proceso terapéutico privado para afrontar la ansiedad, la depresión y el estrés que este trauma me generó.

A la fecha en mi casa de este tema no se habla, ya que les da miedo que mi agresor tomé alguna represalia por la denuncia y he tenido que trabajar mucho en terapia este aspecto para que no me afecté más el no sentir el apoyo de mi núcleo familiar; ellos así están tratando de lidiar con lo acontecido y yo buscando sentar un precedente.

Estuve bastante tranquila anímicamente hasta el 27 de febrero de este año, cuando el cerebro que tiene memoria (según me explicó mi psicóloga) me recordó lo vivido hace 12 meses.

Sigo en terapia, pero ahora sé que el quedarme callada no era opción y mi caso puede servir de ejemplo para que más mujeres sin importar la edad alcen la voz y visibilicen las diferentes formas de violencia a las que estamos expuestas.

Si eres víctima de violencia sexual, económica, psicológica o física acude a las autoridades, denuncia a tu agresor porque el silencio no es una opción.

Anónimo

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