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Me aplicaron el arte del Kintsugi

Por: Rita Ambrosy

Primero entremos en contexto. ¿Qué es el “Kintsugi”?, es un arte japonés, una práctica artesanal de reparar piezas de cerámica rotas con resina mezclada con polvo de oro.

Lo que logra este arte milenario es “resaltar”, mostrar de una forma estética y artística la pieza rota, que de no tener ese tratamiento de otra forma hubiera acabado en la basura seguramente. Sin embargo, después de recibir este tratamiento puede seguir funcionando de la forma para la cual fue diseñada o pensada, más aún ahora lo hace de una forma diferente, mostrando sus cicatrices con orgullo y además su fortaleza frente a las adversidades.

Estoy segura de que eso fue justamente lo que me pasó. Me quebré, en muchos pedazos, de arriba, abajo y en el medio. Pero todo estaba contemplado desde lo alto; todo era parte de un plan perfecto, que obviamente no entendía. ¿Cómo es posible que a veces necesitamos quebrarnos, literalmente para volver a reconstruirnos de una manera casi magistral?

No voy a entrar en detalles, pero perdí “todo”. Desde lo material, a mi hermano sin poder despedirme de él en un hospital, mi familia física tal y como la conocía, el status, la ilusión, la forma de vida, “todo”. 

Cuando ya no podía más, empezó Dios a juntar las piezas, una por una. Pero primero las tomó, las sopló, las sacudió y limpió una por una. No podía volver a juntarlas estando sucias o manchadas. Fue un proceso largo de más de 2 años. Dolió, me desesperé, me preguntaba hasta cuándo.  ¿Acaso puede llegar a doler más? Al parecer Dios tenía más confianza en mí de lo que yo tenía en mi misma. 

Pensaba estando ahí en pedazos, quebrada, ¿será que Él me escucha, será que se olvidó de nosotros? Cómo puede alguien que dice ser mi Padre celestial, que todo lo puede, que para él no hay nada imposible, que para sus hijos supuestamente todo, todo obra para bien, no hacer “nada”?  Según yo, nada.

Pero hoy que finalmente cada pieza está puesta en su lugar, entiendo el por qué se tomó su tiempo. Por qué lo hizo con tanta precisión, con tanto cuidado. El trabajo tenía que quedar de la mejor manera posible.

Con cada pieza que pegaba, había un brillo nuevo, “había polvo de oro”, que se convertía en una cicatriz de la cual estaría orgullosa de lucir en el futuro.  Cada pieza le iba dando forma, pero no la misma forma, definitivamente había cambiado algo en esos pedazos rotos, limpiados, soplados y ahora restaurados.  Estaban dando forma a una nueva “Yo”.

Más ligera, con un nuevo brillo y una nueva asignación. No podía seguir guardando o llevando lo mismo que antes, porque ya no soy la misma.  Ahora tengo un futuro diferente, una visión diferente. Cada golpe, cada lucha, me han enseñado algo o me han hecho olvidar algo, es igual de importante aprender, como desaprender. Hay que crecer, evolucionar, cambiar para poder avanzar en esta nueva etapa de vida que a todos de una u otra forma nos está tocando vivir. 

Una de las cosas que aprendí es que todo cambia, nada es permanente.  Quien no quiere cambiar, la vida o Dios te envían situaciones que te hacen cambiar de una manera sutil o la que me toco a mí. 

No esperemos que el cambio llegue de afuera, que el cambio para ser mejores sea de adentro hacia afuera, duele menos. 

Debemos ser intencionales. En el corazón sabemos qué es lo que debemos de hacer y qué no.  Solo es cuestión de escuchar y discernir qué camino tomar o qué acción debemos realizar.

Escuchemos en el silencio, ahí también hay respuestas. Escuchemos en el dolor, ahí hay aprendizaje. Escuchemos en la soledad… ahí es donde nos conocemos mejor.  Conectemos con ese ser supremo, con quien nos creó, porque solo ahí es donde podremos encontrar las respuestas.  ¿Dónde nos podemos encontrar con él? … pues dentro de nosotros, en ese silencio, en la soledad, en la intimidad.

¡¡¡Les dejo mucha paz y mucho amor!!!

Por: Rita Ambrosy

Maestra de Pre Primaria y Hotelera.

FB: https://www.facebook.com/ambrosyrita

IG: https://www.instagram.com/ritaambrosy

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