Educar desde la esperanza
Desde que hablamos de educación sabemos que estamos educando creyendo en el futuro. Un futuro incierto, un futuro impredecible, un futuro basado en dudas. Sí, desde que hablamos de educación estamos creyendo que ese futuro será mejor, que lo podemos hacer mejor.
Y es en eso que radica la esperanza, en creer en algo que vendrá. En dar por hecho lo que nuestro corazón anhela. Por eso, la educación no puede desligarse de la esperanza. Porque educar es, sin duda alguna, creer en el futuro.
¿Y cómo enseñamos la esperanza? Más que ser una materia que se imparte desde una base teórica, la esperanza se enseña viviéndola día a día. Cuando sentimos esperanza la vivimos. Cuando vivimos la esperanza estamos, sin duda, transmitiéndola. Recordemos que la base de toda enseñanza es el ejemplo. Por ello, al vivir la esperanza la enseñamos.
Todo niño necesita creer en sí mismo. Creer que lo que hoy hace tendrá eco en el futuro. Y que ese futuro será prometedor para él. Así poco él desarrollará sentimientos que lo sostendrán en el futuro.
La vida tiene altos y bajos, y debemos preparar a los niños para enfrentar los tiempos duros y gozar los buenos tiempos. Aquí radica la importancia de la esperanza. Saber que si nos caemos no será para siempre. Que si un día estamos mal, este día no será eterno. Creer que el mañana será mejor nos hace creer en nosotros mismos.
Pero somos los padres y educadores los que moldeamos la conducta esperanzadora. Los que damos el ejemplo a los niños de creer y esperar por un futuro mejor. Así que esa es nuestra responsabilidad. Fortalecer a nuestros niños para que sean resilientes, niños que confíen en sí mismos, niños que crean en un futuro mejor para trabajar en él.
—
Lourdes López
Licenciada en Educación
Correo: 2109lourdes@gmail.com